Cuando un entrenador asume la dirección de un equipo de élite tiene que afrontar tres filtros consecutivos: directivos, jugadores y aficionados. Tras tomar el mando del Chelsea el pasado jueves, Rafa Benítez parece haber superado solo dos de esos filtros, puesto que el recibimiento que le brindaron sus propios hinchas en el primer partido fue, cuanto menos, poco acogedor.
El madrileño entrenó al Liverpool durante seis años, durante los que mantuvo una intensa lucha tanto en la Premier como en la Champions con el club londinense. Los hinchas, desde un principio, le han señalado como un elemento extraño dentro de la idiosincrasia del club. Además, sustituye a uno de los entrenadores más exitosos, aunque breves, de la historia del equipo: Roberto Di Matteo.
El ítalo-suizo consiguió, en solo 3 meses, la ansiada Champions League, primera en los 107 años de historia del club. Eso le valió su renovación para esta temporada, pese a no contar con el beneplácito del dueño del club. Tras firmar algunos jugadores de gran calidad, intentó dar un vuelco al juego rácano del equipo y ofrecer un fútbol más vistoso, al estilo de su West Bromwich Albion. Pese a un comienzo esperanzador, los resultados empeoraron, le alejaron del liderato y han dejado a los blues virtualmente fuera de la Champions League. Como es costumbre en el fútbol, en cuanto las cosas se torcieron, el entrenador fue el primero en caer. Esta decisión tampoco animó a los fans, cansados de ver un continuo desfile de managers en su banquillo.
Y aquí entra en juego el último elemento de la trama, el ruso Roman Abramovich, presidente del Chelsea desde 2003. El millonario ha despedido hasta ocho entrenadores desde su llegada, algunos de la talla de Jose Mourinho, Luiz Felipe Scolari, Claudio Ranieri, Guus Hiddink, Carlo Ancelotti o Andres Villas-Boas. Sus currículums hablan por sí solos. Pero para el magnate del petróleo éste solo cuenta a la hora de firmar, nunca de la salida. Por supuesto, un proyecto deportivo a largo plazo (quizás ni siquiera a corto) no entra en sus planes. Tras ganar la Champions League, para lo que invirtió varios cientos de millones de euros, con un juego defensivo a ultranza y una considerable dosis de suerte, decidió invertir en jugadores jóvenes, prometedores y talentosos. Su objetivo no era ya dominar Europa, sino asombrarla.
Su nuevo proyecto ha durado apenas cuatro meses. Los aficionados, hartos de ese baile constante de entrenadores y de la fuga de cerebros de su banquillo, han decidido solidarizarse con Di Matteo. El ítalo-suizo, siempre con un péndulo sobre su cabeza, además de lograr la mayor gloria del club en su historia, jugó durante seis años en el club del sur de Londres. Es el último icono que el ruso ha hecho caer a capricho. Ahora, el táctico y defensivo Rafa Benítez se enfrenta al mismo desafío que tomó en el Inter: sustituir a un técnico leyenda, con la afición en contra, una plantilla no diseñada por él y probablemente un vestuario dividido. Por si fuera poco, su puesto depende del estado de ánimo de un megalómano con 20.000 millones de euros. Benítez, icono en Anfield y Valencia, puede ser el próximo en caer.
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